miércoles, 22 de agosto de 2012

Pasados los 30 años de su muerte

El 20 de marzo de 2010, a 4 días  del trigésimo aniversario del fallecimiento de Monseñor Romero, en "A la carta" en la radio, recuerdan su figura con un pequeño documental.
http://www.rtve.es/alacarta/audios/radio/documentos-rne-monsenor-romero-obispo-conservador-profeta-los-pobres-20-03-10/723757/

Romero y la Iglesia, sus palabras.



1977
La Iglesia: una, santa, católica, apostólica… y perseguida
La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben porqué? Porque la verdad siempre es perseguida. Jesucristo lo dijo: «Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros». Y por eso, cuando un día le preguntaron al Papa León XIII, aquella inteligencia maravillosa de principios de nuestro siglo, cuáles son las notas que distinguen a la Iglesia católica verdadera, el Papa dijo ya las cuatro conocidas: una, santa, católica y apostólica. «Agreguemos otras -les dice el Papa-, perseguida». No puede vivir la Iglesia que cumple con su deber sin ser perseguida (29.5.77).
Esta es la Iglesia que yo quiero
Ahora la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza. Esta es la Iglesia que yo quiero. Una Iglesia que no cuente con los privilegios y las valías de las cosas de la tierra. Una Iglesia cada vez más desligada de las cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con mayor libertad desde su perspectiva del Evangelio, desde su pobreza (28.8.77). 
Queremos ser la Iglesia que lleva el Evangelio auténtico
Un Evangelio que no tiene en cuenta los derechos de los hombres, un cristianismo que no construye la historia de la tierra, no es la auténtica doctrina de Cristo, sino simplemente instrumento del poder. Lamentamos que en algún tiempo nuestra Iglesia también haya caído en ese pecado; pero queremos revisar esta actitud y, de acuerdo con esa espiritualidad auténticamente evangélica, no queremos ser juguete de los poderes de la tierra, sino que queremos ser la Iglesia que lleva el Evangelio auténtico, valiente, de nuestro Señor Jesucristo, aun cuando fuera necesario morir como Él, en una cruz (27.11.77). 

La Iglesia espera una liberación cósmica
La liberación que la Iglesia espera es una liberación cósmica. La Iglesia siente que es toda la naturaleza la que está gimiendo bajo el peso del pecado. ¡Qué hermosos cafetales, qué bellos cañales, qué lindas algodoneras, qué fincas, qué tierras, las que Dios nos ha dado! ¡Qué naturaleza más bella! Pero cuando la vemos gemir bajo la opresión, bajo la iniquidad, bajo la injusticia, bajo el atropello, entonces duele a la Iglesia y espera una liberación que no sea sólo el bienestar material, sino que sea el poder de un Dios que librará de las manos pecadoras de los hombres una naturaleza que, junto con los hombres redimidos, va a cantar la felicidad en el Dios liberador (11.12.77). 

Hay muchos templos, pero lo que importa son ustedes 
Hermanos, no contemos la Iglesia por la cantidad de gente, ni contemos la Iglesia por sus edificios materiales. La Iglesia ha construido muchos templos, muchos seminarios. Lo que importa son ustedes, las personas, los corazones, la gracia de Dios dándoles la verdad y la vida de Dios. No se cuenten por muchedumbres, cuéntense por la sinceridad del corazón con que siguen esta verdad y esta gracia de nuestro Divino Redentor (19.12.77). 

1978
La Iglesia no quiere masa, quiere pueblo
Quiere Dios salvarnos en pueblo. No quiere una salvación aislada. De ahí que la Iglesia de hoy, más que nunca, está acentuando el sentido de pueblo. Y por eso la Iglesia sufre conflictos. Porque la Iglesia no quiere masa, quiere pueblo. Masa es el montón de gente cuanto más adormecidos, mejor; cuanto más conformistas, mejor. La Iglesia quiere despertar en las personas el sentido de pueblo (5.1.78), 
La iglesia no puede ser sorda ni muda al clamor de los oprimidos
La Iglesia no puede ser sorda ni muda ante el clamor de millones de hombres que gritan liberación, oprimidos de mil esclavitudes. Pero les dice cuál es la verdadera libertad que debe buscarse: la que Cristo ya inauguró en esta tierra al resucitar y romper las cadenas del pecado, de la muerte y del infierno. Ser como Cristo, libres del pecado, es ser verdaderamente libres con la verdadera liberación. Y aquél que con esta fe puesta en el resucitado trabaje por un mundo más justo, reclame contra las injusticias del sistema actual, contra los atropellos de una autoridad abusiva, contra los desórdenes de los hombres explotando a los hombres, todo aquél que lucha desde la resurrección del gran libertador, sólo ése es auténtico cristiano (26.3.78). 
Que la Iglesia retome la Biblia y la haga Palabra viva
La Biblia sola no basta. Es necesario que la Biblia, la Iglesia la retome y vuelva a hacerla Palabra viva. No para repetir al pie de la letra salmos y parábolas, sino para aplicarla a la vida concreta de la hora en que se predica esa Palabra de Dios. La Biblia es como la fuente donde esa revelación, esa palabra de Dios, está guardada. Pero de qué sirve la fuente por más límpida que sea, si no la vamos a tomar en nuestros cántaros y llevarla a las necesidades de nuestros hogares. Una Biblia que solamente se usa para leerla y vivir materialmente apegados a tradiciones y costumbres de los tiempos en que se escribieron esas páginas, es una Biblia muerta. Eso se llama biblismo, no se llama revelación de Dios (16.7.78). 
Cristo desborda la Iglesia
Dios está en Cristo y Cristo está en la Iglesia. Pero Cristo desborda la Iglesia. Es decir, la Iglesia no puede pretender tener del todo a Cristo, al modo de decir: sólo los que están en la Iglesia son cristianos. Hay muchos cristianos de alma que no conocen la Iglesia, pero que tal vez son más buenos que los que pertenecen a la Iglesia. Cristo desborda la Iglesia, como cuando se mete un vaso en un pozo abundante de agua, el vaso está lleno de agua pero no contiene todo el pozo, hay mucha agua fuera del vaso... Para quienes se sienten orgullosos vanamente de la institución Iglesia, sepan que podemos decir: allí no son todos los que están ni están todos los que son. No están todos los que son, hay muchos cristianos que no están en nuestra Iglesia. Bendito sea Dios, que hay mucha gente buena, buenísima, fuera de los confines de la institución Iglesia… (13.8.78). 

1979
La Iglesia está con el pueblo
Fíjense que el conflicto no es entre la Iglesia y el gobierno. Es entre gobierno y pueblo. La Iglesia está con el pueblo y el pueblo está con la Iglesia, ¡gracias a Dios! (21.1.79). 
La Evangelización auténtica no depende del poder
La pobreza de la Iglesia será más auténtica y eficaz cuando de veras no dependa ni busque el socorro de los poderosos,‘ el amparo de los poderes ’; no haga consistir la evangelización en tener poder, sino en ser evangélica y santa; en apoyarse en el pobre que con su pobreza enriquece” (10.7.79). 

Edificios construidos con sangre de pobres
¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuertos, hermosos edificios de grandes pisos, si no están más que amasados con sangre de pobres, que no los van a disfrutar? (29.7.79). 




Todavía escuchamos la voz profética


“He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirles que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador. El martirio es una gracias que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá, sí, se convenzan que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”.

Biografía


Óscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios (San Miguel) el 15 de agosto de 1917. Fue el segundo de 8 hermanos de una modesta familia. Su padre, Santos, era empleado de correo y telegrafista y su madre, Guadalupe de Jesús, se ocupaba de las tareas domésticas. El Salvador era por entonces un país de relativa prosperidad económica (gracias al cultivo y exportación de café), pero dominado por un poder oligárquico que mantenía oprimida a la población campesina.
A muy corta edad tuvo que interrumpir sus estudios debido a una grave enfermedad, de manera que a los 12 años trabajaba ya como aprendiz en una carpintería. Su ingreso en el seminario menor de San Miguel tiene lugar en 1931. Allí permaneció durante 6 años hasta que tuvo que interrumpir de nuevo sus estudios, esta vez para ayudar a su familia en unos momentos de dificultad económica. Durante tres meses trabajó con sus hermanos en las minas de oro de Potosí por 50 centavos al día.
En 1937 Óscar ingresa al Seminario Mayor de San José de la Montaña en San Salvador. Siete meses más tarde es enviado a Roma para proseguir sus estudios de Teología. Es ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942 y continúa en Roma un tiempo con el fin de iniciar una tesis doctoral, pero la guerra europea le impide terminar los estudios y se ve obligado a regresar a El Salvador.
Su labor como sacerdote comienza en la parroquia de Anamorós, trasladándose poco después a San Miguel, donde durante 20 años realiza labor pastoral. En esos años, su trabajo es el de un sacerdote dedicado a la oración y la actividad pastoral, pero todavía sin un compromiso social evidente. El país vive sumido en un caos político, donde se suceden golpes de estado en los que el poder queda casi siempre en manos de los militares.
En 1966 Monseñor fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador. Comienza así una actividad pública más intensa que viene a coincidir con un periodo de amplio desarrollo de los movimientos populares.
Su nombramiento como obispo auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González, en 1970, no fue bien visto por los sectores más renovadores: Monseñor Chávez y González y Monseñor Rivera (también obispo auxiliar) estaban impulsando los cambios pastorales que el Vaticano II y la Conferencia de Medellín de 1968 exigían para el desarrollo de una nueva forma de entender el papel de la Iglesia Católica en América Latina y los planteamientos de Monseñor Romero, nombrado además director del periódico Orientación, eran todavía muy conservadores.
Nombrado Obispo de la Diócesis de Santiago de María, se traslada a la misma en diciembre de 1974. El contexto político se caracteriza sobre todo por una especial represión contra los campesinos organizados. En junio de 1975 se producen los hechos de Tres Calles: la Guardia Nacional asesina a 5 campesinos. Monseñor Romero llega a consolar a los familiares de las víctimas y a celebrar la misa. No hace una denuncia pública de lo ocurrido, como le habían pedido algunos sectores, pero sí envía una dura carta al presidente Molina.
El nombramiento de Monseñor Romero como arzobispo de San Salvador, el 23 de febrero de 1977, es una sorpresa negativa para el sector renovador, que esperaba el nombramiento de Monseñor Rivera, y una alegría para el gobierno y los grupos de poder, que ven en este religioso de 59 años un posible freno a la actividad de compromiso con los más pobres que estaba desarrollando la Arquidiócesis.
Sin embargo, un hecho ocurrido apenas unas semanas más tarde, que se revelará decisivo en la escalada de violencia sufrida en El Salvador, va a dejar clara la futura línea de actuación de Romero: el 12 de marzo de 1977 es asesinado el padre jesuita Rutilio Grande, que colaboraba en la creación de grupos campesinos de autoayuda y buen amigo de Monseñor. El recién electo arzobispo insta al presidente Molina para que investigue las circunstancias de la muerte y, ante la pasividad del gobierno y el silencio de la prensa a causa de la censura, amenaza incluso con el cierre de las escuelas y la ausencia de la Iglesia católica en actos oficiales.
La postura de Óscar Romero, comienza a ser conocida y valorada por el contexto internacional: el 14 de febrero de 1978 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Georgetown (JUL); en 1979 es nominado al Premio Nóbel de la Paz y en febrero de 1980 es investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lovaina (Bélgica). En ese viaje a Europa visita a Juan Pablo II en el Vaticano y le transmite su inquietud ante la terrible situación que está viviendo su país.
En 1980 El Salvador vivía una etapa especialmente violenta en la que sin duda el gobierno era uno de los máximos responsables. La Iglesia calcula que, entre enero y marzo de ese año, más de 900 civiles fueron asesinados por fuerzas de seguridad, unidades armadas o grupos paramilitares bajo control militar. De todos era sabido que el gobierno actuaba en estrecha relación con el grupo terrorista ORDEN y los escuadrones de la muerte.
Apenas llegado de su viaje a Europa, el 17 de febrero, el arzobispo Romero envía una carta al presidente Carter en la que se opone a la ayuda que EEUU está prestando al gobierno salvadoreño, una ayuda que hasta el momento sólo ha favorecido el estado de represión en el que vive el pueblo. La respuesta del presidente estadounidense se traduce en una petición al Vaticano para que llame al orden al arzobispo. Sin embargo, en otros países continúa el reconocimiento a la labor de Romero: por esas mismas fechas, recibe el premio de la Paz de Acción Ecuménica Sueca.
El cerco se cierra: a fines de febrero, Monseñor tiene conocimiento de amenazas de muerte contra su propia persona; Romero recibe también un aviso de amenazas de similar seriedad por parte del Nuncio Apostólico en Costa Rica, Monseñor Lajos Kada y a comienzos de marzo es volada una cabina de locución de la emisora YSAX, La Voz Panamericana, que transmitía sus homilías dominicales. Los días 22 y 23 de marzo, las religiosas que atienden el Hospital de la Divina Providencia, donde vive el Arzobispo, reciben llamadas telefónicas anónimas que lo amenazan de muerte. Finalmente, el 24 de ese mismo mes, Óscar A. Romero es asesinado por un francotirador mientras oficia misa en la Capilla de dicho Hospital.

“San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro"

Poesía compuesta por Pedro Casaldáliga, dedicada a Monseñor Romero.


“El ángel del Señor anunció la víspera….

El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡ la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada !

El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡ Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia ¡

Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡ San Romero de América, pastor y mártir nuestro !
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza
incólume de todo el continente.
Romero de la Pascua Latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡ Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).

Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡ Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana ¡

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma aureola de sus mares,
en el dosel airado de los Andes alertos,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones
de todas sus trincheras,
de todos sus altares…
¡ En el ara segura del corazón insomne de sus hijos ¡

San Romero de América , pastor y mártir nuestro:
¡ nadie hará callar tu última homilía ¡”

Su muerte


En octubre de 1979, recibe con cierta esperanza, las promesas del nuevo gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno, pero con el transcurso de las semanas, vuelve a denunciar nuevos hechos de represión realizados por los grupos de seguridad. El día lunes 24 de marzo de 1980 fue asesinado, cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia, en la colonia Miramonte de San Salvador. Un disparo hecho por un franco tirados impacto en su corazón, momentos antes de la Sagrada Consagración. Al ser asesinado, tenia 62 años de edad. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Catedral de San Salvador. En 1993 la Comisión de la Verdad, organismo creado por los Acuerdos de Paz de Chapultepec para investigar los crímenes mas graves cometidos en la guerra civil salvadoreña, concluyo que el asesinato de Monseñor Oscar Romero había sido ejecutado por un escuadrón de la muerte formado por civiles y militares de ultra derecha y dirigidos por el mayor Roberto d'Aubuisson, (fundador del Partido ultra conservador ARENA) y el capitán Alvaro Saravia. D'Aubuisson, que murió en 1992, siempre rechazo su vinculación al hecho. En 2004, una corte de los Estados Unidos, declaro civilmente responsable del crimen al ca pitan Saravia único sobreviviente ya que Roberto murió de cáncer años atrás de el juicio al cual Saravia se le impuso la obligación de pagar una indemnización a la familia de Monseñor Romero. 
El 12 de mayo de 1994 la Archidiocesis de San Salvador pide permiso a la Santa Sede para iniciar el proceso de canonizacion. El proceso diocesano concluye en 1995 y el expediente es enviado a la Congregacion para la Causa de los Santos, en el Vaticano, quien en 2000 se lo transfiere a la Congregacion para la Doctrina de la Fe (en ese entonces dirigida por el cardenal aleman Joseph Ratzinger, actual papa Benedicto XVI) para que analice concienzudamente los escritos y homilias de Monseñor Romero. Una vez terminado dicho análisis, en 2005 el postulador de la causa de canonizacion, monseñor Vicenzo Paglia, informa a los medios de comunicación de las conclusiones del estudio: "Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres". El proceso seguirá nuevos tramites, que si son superados, podrían acercar la fecha en que Oscar Arnulfo Romero sea elevado a los altares como el primer santo y mertir de El Salvador.


"Jamás hemos predicado violencia, solamente la violencia del amor, la que dejó Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros" 
Monseñor Romero (Noviembre 1977)

A los 30 años de Martírio

Celebrar un Jubileo de nuestro San Romero de América es celebrar un
testimonio  que nos contagia de profecía. Es asumir comprometidamente las causas, la
causa por las que nuestro San Romero es mártir. Gran testigo él en el seguimiento del
Testigo mayor, el Testigo fiel, Jesús. La sangre de los mártires es aquel cáliz que todos,
todas podemos y debemos beber. Siempre y en todas las circunstancias la memoria del
martirio es una memoria subversiva.
Treinta años se pasaron de aquella Eucaristía plena en la Capilla del Hospitalito.
Aquel día nuestro santo nos escribió: “Nosotros creemos en la victoria de la
resurrección”. Y muchas veces dijo, profetizando un tiempo nuevo, “si me matan
resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Y, con todas las ambigüedades de la historia en 
proceso, nuestro San Romero está resucitando en El Salvador, en Nuestra América, en 
el Mundo.
Este Jubileo debe renovar en todos nosotros y nosotras una esperanza, lúcida,
crítica pero invencible. “Todo es gracia”, todo es Pascua, si entramos a todo riesgo en el
misterio de la cena compartida, la cruz y la resurrección.
San Romero nos enseña y nos “cobra” que vivamos una espiritualidad integral,
una santidad tan mística como política. En la vida diaria y en los procesos mayores de la
justicia y la paz, “con los pobres de la tierra”, en la familia, en la calle, en el trabajo, en
el movimiento popular y en la pastoral encarnada. Él nos espera en la lucha diaria contra
esa especie de mara monstruosa que es el capitalismo neoliberal, contra el mercado 
omnímodo, contra el consumismo desenfrenado. La Campaña de la Fraternidad de
Brasil, ecuménica este año, nos recuerda la palabra contundente de Jesús: “ustedes no 
pueden servir a dos señores, a Dios y al dinero”.
Respondiendo a aquellos que, en la Sociedad y en la Iglesia intentan
desmoralizar la Teología de la Liberación, el caminar de los pobres en comunidad, ese
nuevo modo de ser Iglesia, nuestro pastor y mártir replicaba: “hay un ‘ateismo’ más
cercano y más peligroso para nuestra Iglesia: el ateismo del capitalismo cuando los
bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios”.
Fieles a los signos de los tiempos, como Romero, actualizando los rostros de los
pobres y las urgencias sociales y pastorales, debemos subrayar en este jubileo causas
mayores, verdaderos paradigmas algunas de ellas. El ecumenismo y macroecumenismo,
en diálogo religioso y en koinonia universal. Los derechos de los emigrantes contra las
leyes de segregación. La solidaridad e intersolidaridad. La gran causa ecológica.
(Precisamente nuestra Agenda Latinoamericana de este año está dedicada a la
problemática ecológica, con un título desafiador: “Salvémonos con el Planeta”). La
integración de Nuestra América. Las campañas por la paz efectiva, denunciando el
creciente militarismo y la proliferación de las armas. Urgiendo siempre unas
transformaciones eclesiales, con el protagonismo del laicado, que pidió Santo Domingo,
y la igualdad de la mujer en los ministerios eclesiales. El desafío de la violencia
cotidiana, sobre todo en la juventud, manipulada por los medios de comunicación
alienadores y por la epidemia mundial de las drogas.
Siempre y cada vez más, cuando mayores sean los desafíos, viviremos la opción
por los pobres, la esperanza “contra toda esperanza”. En el seguimiento de Jesús, Reino 
adentro. Nuestra coherencia será la mejor canonización de “San Romero de América,
Pastor y Mártir”.
                                                                                             Pedro Casaldáliga

La última entrevista


«Aunque me maten, nadie puede callar ya la voz de la Justicia»


     El arzobispo Óscar Arnulfo Romero, asesinado el lunes 24 de marzo de un balazo en el corazón, en una iglesia de San Salvador, fue entrevistado en varias oportunidades por el corresponsal de Efe, quien lo conoció desde los días en que el prelado era capellán del colegio católico en donde él estudió. He aquí un resumen de la última entrevista de Espinoza Fernández con monseñor Romero.

     «El mal de todo es la injusticia social -dijo-. Los que no quieren cambios son los grandes malhechores -agregó, con un decidido énfasis en pro de la transformación de las estructuras socioeconómicas.»

     Al recordar esa parte de nuestra primera conversación con él como arzobispo, acoté algo que sucedió algunos días después, el día 12 de marzo de 1977.

     -Yo creo, monseñor, que la muerte del padre Grandes (acaecida en la fecha apuntada) fue decisiva para que usted tomara esta posición tan definida en pro de los pobres...

     -«En efecto, así fue. Yo siempre creí en la promoción social, de acuerdo con el Concilio Vaticano Segundo y el Congreso de Medellín, pero la muerte del jesuita Rutilio Grande fue definitiva.»

     En el curso de la conversación, el arzobispo dijo claramente que consideraba muy poco posible una salida pacífica la crisis de violencia política en El Salvador.

     -«Tengo una fe grande de que a los hombres los guía la racionalidad y que queda siempre un resto de buena voluntad para encontrar una salida pacífica -aclaró.»

     Su posición era definida en contra de la injusticia social. Por ello había recibido amenazas de la extrema derecha y de la ultra izquierda:

     -«A mí me pueden matar; pero que quede claro que la voz de la Justicia nadie la puede callar ya -señaló.»

El proceso de Canonización de Monseñor Romero


Aunque sea conocido, hay que recordarlo porque es fundamental para reflexionar adecuadamente sobre la canonización oficial de Monseñor. A los pocos días de su asesinato, don Pedro Casaldáliga -–profeta certero y portador de buenas nuevas–- escribió, agradecido, su conocido poema San Romero de América. La realidad tomaba la palabra en la pluma de don Pedro y pronunciaba la expresión que reserva para momentos de singular importancia: "santo". Y es que en un mundo como el nuestro, de crueldad y mentira, de vez en cuando hace su aparición lo humano cabal, la compasión sin componendas, la verdad sin segundas intenciones, el compromiso hasta el final. Y entonces, con sorpresa, con gozo -–también con el sentimiento de ser interpelados–- y sobre todo con agradecimiento, a los seres humanos se nos escapa la palabra "santo".

El pueblo –"su pobrería" sobre todo-– lo vio así desde el principio. Sin mucha ciencia ni derecho canónico, pero con un gran sensus fidei, con el sentido innato que discierne entre lo bueno y lo malo, la auténtico y lo falaz, que discierne sobre todo la presencia de Dios en nuestro mundo, enseguida llamó a Monseñor Romero profeta, pastor y mártir. Certeramente expresó desde el principio esta triple realidad con palabras como éstas: "Monseñor Romero dijo la verdad, nos defendió a nosotros de pobres y por ello lo mataron". Y dio un paso más, verdaderamente audaz, aceptando con entusiamo que Monseñor Romero era santo, y además un santo suyo, como no lo son otros santos, más distantes que Monseñor en el espacio y en el tiempo.

Este es el hecho mayor. En vida "el pueblo te hizo santo", dice don Pedro. Ahora ese mismo pueblo lo quiere como a un santo, pero no sólo como a un santo "de altar", que intercede y concede favores, sino también como a un santo "de familia", a quien se le quiere entrañablemente. De ahí también -–de nuevo don Pedro–- que "sería pecado querer canonizarlo".

De santo salvadoreño Monseñor se convirtió muy pronto en santo universal. "Les tengo una mala noticia", dijo alguien venido de Francia. "Monseñor Romero ya no es de ustedes. Es de todos". Y así es. Católicos, cristianos de todas las confesiones, incluso de comunidades y asambleas evangélicas, lo hacen suyo. Y también marxistas y hasta agnósticos. Y es que ser santo es ser cabal, y esto lo capta bien mucha gente en todo el mundo.

Y los años transcurridos desde su asesinato no han llevado a "descanonizar" a Monseñor, como pudiera haber sucedido, sino que, por el contrario, lo canonizan más y con todas las señales que acompañan a una canonización popular. Canonizado está ya el "tiempo": no hace falta explicar qué quiere decir "el 24 de marzo", como no hace falta explicar qué quiere decir el 24 de diciembre o el 15 de septiembre aquí en El Salvador. Canonizado está también el "lugar", convertido, como Belén o el Calvario, en lugar sagrado de peregrinación. Y así no hace falta explicar qué significa "el hospitalito", a donde llegan peregrinos con devoción sentida -–probablemente mayor que con la que llegan a otros santuarios–- pues allí se respira todavía profecía, buena notitica y martirio. Canonizado está su "recuerdo" con la publicación de sus escritos, homilías, discursos, diario, traducidos a numerosos idiomas, con la publicación de otros muchos escritos sobre él, posters, estampas, poesías, corridos, óperas, películas, instituciones que llevan su nombre... No podemos asegurarlo con certeza, pero Monseñor Romero bien pudiera ser el mártir y personaje religioso de nuestra época que ha tenido mayor impacto. En la abadía de Westminster su figura estará desde el próximo mes de julio como uno de los diez mártires de este siglo.

Y la piedad popular, a su modo, pero certeramente, le adjudica lo que es típico de los santos canonizados: Monseñor Romero intercede por los necesitados, hace milagros, como lo dicen las placas sobre su tumba y los innumerables papelitos, escritos con letra de pobres, que, lamentablemente, no han sido conservados. Una sencilla campesina de Guazapa contaba un milagro que le había hecho Monseñor, y añadía, orgullosa, "éste es el primer milagro que hizo Monseñor Romero" -–como en el evangelio de Juan. Qué milagros sean ésos, no es pregunta muy importante ahora. Lo importante es que con ellos la gente expresa que así como Monseñor en vida estuvo en su favor, así lo sigue estando ahora: hace favores, a los pobres sobre todo, cuando muy poca gente se preocupa de ellos.


En conclusión, la canonización popular de Monseñor Romero es un hecho evidente. Ocurre como en las canonizaciones por aclamación popular del cristianismo primitivo, pero añadiendo un matiz importante: Monseñor Romero es aclamado porque es querido, y es querido porque él en verdad amó a su pueblo.